jueves, 11 de septiembre de 2014

Capitulo IX. La Regenta

Tras confesarse, Ana acompañada de Petra llegó a su portal. Aquella tarde era una de esas en la que a nadie le apetece estar en casa pues no había cesado de llover hasta ese momento. Por ello, Ana decidió dar un paseo con su doncella. Bajaron por la calle de Águila hacia el puente de Mari Pepi. Cuando llegaron, Ana se sentó sobre las raíces de un castaño. En ese momento se paró a contemplar a una nevatilla que estaba en la sombra. Esta se cansó y se marchó a buscar luz. Ana deseaba hacer lo mismo que aquel pájaro, debido a que ella también estaba cansada de vivir siempre bajo la misma sombra.
Ana estaba contenta con el Magistral pues nunca antes un sacerdote le había hablado antes de aquella manera ni le había hecho ver la fe y la razón de aquella manera. Su antiguo confesor, Ripamilán, era un buen hombre pero su manera de confesar era bastante rutinaria y nunca le había enseñado nada. De la cuestión personal la Regenta no le había hablado mucho al Magistral. Al recordar esto Ana sintió escrúpulos pues no le había dicho nada de su inclinación por Don Álvaro. De ningún modo comulgaría se quedaría en casa y por la tarde iría a confesar para que al día siguiente comulgar. Un sapo la miraba atentamente. Ana dio un grito asustada y llamó a Petra, creyó verla leído sus pensamientos. Petra no contestaba se encontraba en casa de su primo Antonio, el molinero. Seguramente se casarían cuando fueran mayores, pues ambos se querían. Cuando vino Petra, Ana se encontraba celosa pues ella también deseaba ser querida con pasión.
Ambas decidieron marcharse, pero esta vez por una calle nueva. Al anochecer esta se convertía en una acera de paseo donde todos los jóvenes salían a las calles. Las muchachas solían imitar a las señoritas y los obreros fingían ser caballeros. Los grupos se abrían para dar paso a la Regenta. Los hombres la piropeaban. Ana sentía envidia de todas aquellas personas que radiaban amo. De repente un hombre atacado por los celos desea pegar a su novia. En ese momento abandonaron el boulevard.

Al llegar a la calle del comercio vieron a un grupo de niños pobres de unos ocho a doce años que discutían delante de un escaparate de golosinas la calidad y el nombre de aquellos tesoros. Ana quiso llegar pronto a casa, se temía un próximo ataque. De repente se encontraron con Paco y Don Álvaro, quienes le acompañaron hasta su casa. Don Álvaro creía que solo con su presencia bastaba para producir efectos sobre la Regenta. Ambos de camino a casa sostuvieron una conversación llena de filtreos. En la que Paco se encontraba con Petra mucho más atrás para no interrumpirlos. Ya estando en la puerta, Paco le dijo a la Regenta que hoy iban a ir todos al teatro junto con ella y su marido. Ella le dijo que no iría.

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