Tras
confesarse, Ana acompañada de Petra llegó a su portal. Aquella tarde era una de
esas en la que a nadie le apetece estar en casa pues no había cesado de llover
hasta ese momento. Por ello, Ana decidió dar un paseo con su doncella. Bajaron
por la calle de Águila hacia el puente de Mari Pepi. Cuando llegaron, Ana se
sentó sobre las raíces de un castaño. En ese momento se paró a contemplar a una
nevatilla que estaba en la sombra. Esta se cansó y se marchó a buscar luz. Ana
deseaba hacer lo mismo que aquel pájaro, debido a que ella también estaba
cansada de vivir siempre bajo la misma sombra.
Ana estaba
contenta con el Magistral pues nunca antes un sacerdote le había hablado antes
de aquella manera ni le había hecho ver la fe y la razón de aquella manera. Su
antiguo confesor, Ripamilán, era un buen hombre pero su manera de confesar era
bastante rutinaria y nunca le había enseñado nada. De la cuestión personal la
Regenta no le había hablado mucho al Magistral. Al recordar esto Ana sintió
escrúpulos pues no le había dicho nada de su inclinación por Don Álvaro. De
ningún modo comulgaría se quedaría en casa y por la tarde iría a confesar para
que al día siguiente comulgar. Un sapo la miraba atentamente. Ana dio un grito
asustada y llamó a Petra, creyó verla leído sus pensamientos. Petra no
contestaba se encontraba en casa de su primo Antonio, el molinero. Seguramente
se casarían cuando fueran mayores, pues ambos se querían. Cuando vino Petra,
Ana se encontraba celosa pues ella también deseaba ser querida con pasión.
Ambas decidieron marcharse,
pero esta vez por una calle nueva. Al anochecer esta se convertía en una acera
de paseo donde todos los jóvenes salían a las calles. Las muchachas solían
imitar a las señoritas y los obreros fingían ser caballeros. Los grupos se
abrían para dar paso a la Regenta. Los hombres la piropeaban. Ana sentía
envidia de todas aquellas personas que radiaban amo. De repente un hombre
atacado por los celos desea pegar a su novia. En ese momento abandonaron el
boulevard.
Al llegar a la
calle del comercio vieron a un grupo de niños pobres de unos ocho a doce años
que discutían delante de un escaparate de golosinas la calidad y el nombre de
aquellos tesoros. Ana quiso llegar pronto a casa, se temía un próximo ataque.
De repente se encontraron con Paco y Don Álvaro, quienes le acompañaron hasta
su casa. Don Álvaro creía que solo con su presencia bastaba para producir
efectos sobre la Regenta. Ambos de camino a casa sostuvieron una conversación
llena de filtreos. En la que Paco se encontraba con Petra mucho más atrás para
no interrumpirlos. Ya estando en la puerta, Paco le dijo a la Regenta que hoy
iban a ir todos al teatro junto con ella y su marido. Ella le dijo que no iría.
0 comentarios:
Publicar un comentario