Para mi este es uno de los artículos más reveladores de Larra. Como cuenta la historia que nos ocupa, debemos reflexionar y meditar bien nuestros actos, pues el ansía, la comezón de querer tener todo aquello que pretendemos puede ser el desencadenante de una serie de desdichas en nuestra vida.
Larra deja bastante claro en su artículo que la base por dónde debemos empezar es la educación.
El autor está en desacuerdo con una educación basada en la censura y en el carácter estricto, pues esto puede causar posteriormente un desequilibrio, como ocurrió en el caso de la hermana del protagonista.
<<en casa se rezaba diariamente el rosario, se leía la vida del santo, se oía misa todos los días, se trabajaba los de labor, se paseaba las tardes de los de guardar, se velaba hasta las diez, se estrenaba vestido el domingo de Ramos, y andaba siempre señor padre, que entonces no se llamaba «papá», con la mano más besada que reliquia vieja, y registrando los rincones de la casa, temeroso de que las muchachas, ayudadas de su cuyo, hubiesen a las manos algún libro de los prohibidos>>
También se nos muestra el otro extremo, que es considerado igual de malo que el ejemplo anterior,
"Dijo que el muchacho se había de educar como convenía; que podría leer sin orden ni método cuanto libro le viniese a las manos, y qué sé yo qué más cosas decía de la ignorancia y del fanatismo, de las luces y de la ilustración, añadiendo que la religión era un convenio social en que sólo los tontos entraban de buena fe, y del cual el muchacho no necesitaba para mantenerse bueno; que «padre» y «madre» eran cosa de brutos, y que a «papá» y «mamá» se les debía tratar de tú, porque no hay amistad que iguale a la que une a los padres con los hijos"
Ambas educaciones, tanto la de la madre, como la del hijo, conducirán a la fatalidad dado que carecen del término medio que tanto alaba el escritor.
Resume muy bien el concepto del artículo y de esta entrada, la epístola final que escribe Augusto a su madre:
<<Dentro de media hora no existiré; cuidad de mis hijos, y si queréis hacerlos verdaderamente despreocupados, empezad por instruirlos... Que aprendan en el ejemplo de su padre a respetar lo que es peligroso despreciar sin tener antes más sabiduría. Si no les podéis dar otra cosa mejor, no les quitéis una religión consoladora. Que aprendan a domar sus pasiones y a respetar a aquellos a quienes lo deben todo. Perdonadme mis faltas: harto castigado estoy con mi deshonra y mi crimen; harto cara pago mi falsa preocupación. Perdonadme las lágrimas que os hago derramar. Adiós para siempre.>>
Aquí el autor hace un inciso en el papel de la religión como domadora de pasiones. La estricta religión censura los instintos más primitivos del hombre.
domingo, 22 de junio de 2014
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